Por Romina Reyes (Revista Bello Público)
La secretaria advierte que el profesor se demora. Día a día son
varios los estudiantes que se sientan a esperarlo afuera de la pequeña
oficina que tiene en el departamento de Historia de la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, pero esta vez fue la
excepción. Gabriel Salazar entra raudo por la puerta cargando un
maletín. Se dirige a su oficina donde su vecino de escritorio, el
profesor Pablo Artaza le anuncia que alguien lo espera.
“Ah, usted fue la que me escribió”, dice. Le confirmo mi identidad y
sin más vuelve donde su secretaría a pedirle las llaves de una sala
donde podremos conversar tranquilos. El llavero tiene una decena de
llaves, por lo que hace falta probarlas todas antes de entrar a las
oficinas que en otros días, se encuentran más pobladas. No podemos
olvidar que la Facultad de Filosofía se encuentra en paro hace más de 3
meses. Y eso, de alguna manera, se hace sentir.
Una vez adentro, la secretaría aparece pidiéndole las llaves. Gabriel
le pide que se las deje, que luego tendrá una reunión con unos alumnos.
Al poco rato, ellos se asoman y se sientan afuera a esperar al
profesor. El tiempo que Gabriel Salazar dispone es poco, por eso
entramos de lleno a la conversación.
Actualmente, el conflicto estudiantil se ha dado en un
contexto donde la clase política ha sido fuertemente cuestionada. ¿Es
correcto hablar de una crisis representatividad política?
Estamos viviendo una profunda crisis de representación política,
proceso que se viene dando de forma creciente yo diría desde mas o menos
los finales del gobierno de Eduardo Frei Ruíz-Tagle, y ha venido
acrecentándose, porque en términos puramente estadísticos la
confiabilidad y credibilidad que tiene la ciudadanía en las
instituciones políticas y en los políticos ha venido cayendo en picada
con mucha fuerza ya a partir del 2005, con el término del gobierno de
Ricardo Lagos y el inicio del gobierno de Bachelet.
Pero esto va más allá de la aprobación a un presidente…
El Congreso Nacional, por ejemplo, en todas las encuestas que se han
hecho a partir del 2005 apenas tiene un 15, 16% de confiabilidad y
credibilidad ante a la ciudadanía. Entonces el Congreso tienen una
representatividad promedio del 17%, que es un porcentaje muy bajo. El
poder judicial tiene menos, 11 ó 12 %; los partidos políticos 8 ó 9% y
los políticos 4 ó 5%. Estamos hablando de que no sólo los políticos,
sino las instituciones del Estado y el Estado mismo están pasando por
una crisis de pérdida de confiabilidad y credibilidad por parte de la
ciudadanía. Entonces es una crisis de representación, pero
suficientemente profunda para pensar al mismo tiempo que hay otras
crisis también dentro del sistema que son tal vez más profundas aún,
porque si uno deja de creer en algo no es sólo por un aspecto externo,
sino por cuestiones más de fondo.
Sin embargo, aún cuando diagnosticamos una crisis, no hay inestabilidad democrática.
Es que hay que ser muy fino en el análisis, porque las crisis de los
partidos políticos, incluso las crisis terminales nunca aparecen con el
autoderrumbe del sistema. El sistema se defiende, y los que son
beneficiados por el sistema -en este caso la clase política civil y la
clase política militar- de una u otra manera nunca van a reconocer que
hay crisis. Para defenderse de la crítica y de la acción corrosiva que
les lanza encima la sociedad civil, ellos tiene aparatos de defensa que
son las leyes que defienden la estabilidad, y defienden de los
eventuales cambios que le introduzcan al sistema. Son las leyes de
defensa permanente de la democracia: la Ley de Seguridad del Estado o la
Ley Antiterrorista, que son todas leyes que procuran impedir que la
crisis produzca el colapso. Por eso las crisis de los sistemas se pueden
alargar al infinito, de ahí que el tema de la crisis en ultima
instancia hay que referirlo al otro actor de la crisis. En la crisis hay
dos actores: un sistema que se corroe, se corrompe y entra en crisis
objetiva y por otro lado, el único poder capaz de darle fin a ese Estado
que esta en crisis. Y ese poder es la ciudadanía.
MOVIMIENTO CIUDADANO
Hoy estamos viviendo un movimiento social muy fuerte, pero se
considera que aún el movimiento no penetra por completo a la sociedad,
ya que es una lucha de la clase media. ¿Cómo ve eso?
Hay varios problemas que se cruzan. Hay que tomar en cuenta que
cuando surgen movimientos sociales frente a una crisis y estos
movimientos se plantean cambiar el sistema en su totalidad, normalmente
lo que ha ocurrido es que el sistema reacciona, reprime el movimiento y
lo aplasta. Más encima construye un discurso post-mortem, donde los
vencedores explican el por qué de su triunfo y lo establece como verdad
oficial, historia oficial y queda en los textos escolares. Entonces
fueron los subversivos, fueron los anarquistas, fueron los antisociales,
los desquisiadores del sistema. Eso ha ocurrido siempre. Cada vez que
la ciudadanía ha intentado cambiar un sistema porque le parece que está
agotado ha sido reprimida. No tenemos memoria ni experiencia ni
sabiduría para cambiar un sistema enfermo. Por eso no sabemos
exactamente qué hacer; y cuando esto está ocurriendo, por un lado pasa
un largo periodo en que estás descontento con el sistema, y lo criticas,
pero no haces nada. Y cuando llevamos 40 años ya con esto, te comienzas
a organizar, pero lo normal es que la ciudadanía, como no tiene
experiencia en cambiar al Estado, reacciona sólo como un movimiento de
masa. Desfila por las calles, protesta, levanta el puño, saca carteles
grita, cacerolea. Pero eso es movimiento de masa y la masa siempre sale a
protestar, a pedir, a exigir. Y en el mejor de los casos para forzar al
gobierno o negociar con ellos. Pero un movimiento de masa no es lo
mismo que un movimiento ciudadano.
¿Cuál es la diferencia?
Un movimiento ciudadano ejerce soberanía, porque ahí está la
soberanía. La soberanía no radica en el Estado, no radica en la ley, no
en la justicia, menos en los partidos políticos. Radica en la
ciudadanía, pero lo que pasa es que en Chile la ciudadanía no ha
aprendido a ser soberana. Le enseñaron a ser solo masa que pide y
patalea en las calles y protesta y rompe cosas. Por eso que este
movimiento actual se caracteriza porque tiene aún restos de movimiento
de masa: marchas, concentraciones que han sido bastante importantes,
etc. Lo diferente está que en las masas por ejemplo que nos movilizamos
en los ’50, ’60 y ‘70 se movieron porque fueron dirigidas,
vanguardizadas por caudillos, por partidos políticos, por presidentes o
por el Estado. Pero hoy no. Este no es solo movimiento de masa, porque
no está siguiendo a una vanguardia de partidos políticos ni nada. Se
automueve sola y esta pidiendo cosas, proponiendo cambios importantes en
el sistema pero a la vez hay un proceso que es muy importante, un
proceso de deliberación. La masa no delibera. La masa social está en la
calle, saltando, brincando. Le tiran discursos encima, le dan
instrucciones, pero no delibera. En cambio, estos movimientos sí. Sobre
todo los estudiantes que tienen sus asambleas de base y ahí deliberan. Y
tienen sólo voceros, sobre todo los estudiantes.
¿Entonces es como una mezcla de movimiento ciudadano y movimiento de masa?
Este movimiento tiene de ciudadano el hecho de que delibere, de que
no tenga conducción político-partidista y que esté pidiendo cosas pero a
la vez deliberando y proponiendo. La ciudadanía propone e impone,
porque es soberana, por eso este movimiento ciudadano tiene dos caras:
la vieja cara de las masas que peticionan, dialogan y negocian; y el de
la masa que sólo reclama. El movimiento estudiantil, junto al movimiento
de pobladores, está deliberando y esta proponiendo cambios profundos.
Pero no sólo en educación, también con otros problemas. Entonces en ese
sentido hay un movimiento ciudadano que está apuntando más lejos.
Estamos dentro de un movimiento mixto, medio híbrido.
Hace algún tiempo, el analista político Patricio Navia opinó
que el movimiento social actual no pedía cambios profundos en el
sistema, sino que sólo mayor participación. ¿Qué opina usted?
Esto tiene que ver con qué tipo de cultura social se ha desarrollado
en Chile en los últimos 40 años. La cuestión fundamental que hay aquí es
que lo que hizo Pinochet fue destruir el Estado populista. Lo
des-socializó, lo despopularizó y lo redujo al mínimo. Quedó convertido
en un Estado estrictamente neoliberal que es un Estado prácticamente
pilucho, absolutamente reducido casi sin poder real de nada que no sea
el poder militar. Entonces como quien dice todo el Estado lo alejó, lo
metió en la globalización y ahí lo diluyó. Y por el otro lado nos dejó
solos, a la ciudadanía y a la clase popular. O sea, sin Estado, sin
Estado protector, sin Estado social benefactor. Metió al medio el
mercado, y ni siquiera el mercado nacional, el mercado global. Entonces
la ciudadanía desde el ‘73 ha tenido que arreglárselas sola, con un
Estado que no la proteje ni la ayuda y un mercado que trata de
integrarla pero en las condiciones usureras que le pone el mercado. O
sea, no es amigo, no tiene nada de populista.
Pero al parecer, la organización ciudadana está de regreso.
Cuando son 40 años que se va acumulando una cultura de este tipo lo
que aprende la ciudadanía -sobre todo las mujeres de población y los
jóvenes de ahora- es a participar activamente en resolver los problemas
localmente. Por eso que se han formado estas asambleas territoriales, ha
habido huelgas de ciudades enteras y de regiones enteras. Eso es es un
fenómeno mundial. Qué quiero decir con eso: es cierto. La gente quiere
participar, pero no es que este participando a la cola de grandes
políticas nacionales. Está participando en proyectos que ella misma
elabora, lo local desafiando cada vez más lo global, porque el conflicto
no es de una clase social o entre una comunidad y el Estado nacional,
es entre las comunidades locales versus la globalización.
¿De qué manera puede entonces la ciudadanía acceder a mayor participación?
Hay que perder de vista un poco el tema de que el Estado coincide con
la acción. Ese concepto está poco a poco deteriorándose por la
disolución del Estado nacional en la globalización. En casos de Estados
liberales como el chileno -o bien en términos de que el Estado se
entiende a sí mismo como Estado liberal- no responde a una población que
se ha empoderado a un nivel en que casi no necesita del Estado. Por
ejemplo, el movimiento de los Sin Tierra: ellos no necesitan el Estado.
Negocian con ellos, lo chantajean y lo friccionan, porque ellos ya son
autosuficientes. Por eso que teóricamente hay que ajustar un poco las
ideas a esta nueva realidad y por eso los movimientos sociales caminan
un poco en esa dirección y en Chile también.
LOS PARTIDOS POLÍTICOS
¿Cree que el actual movimiento estudiantil podría derivar en un partidos politicos o algo similar?
Los partidos políticos, cuando se habla en plural, como partidos
políticos, suponemos que hay un mercado de partidos políticos que
compiten entre si no y eso es propio y exclusivo del estado liberal. El
Estado liberal se caracteriza porque admite corrientes de opinión y
competencias dentro de sí. Para eso esta el Congreso nacional, ahí todos
parlotean, cada uno pa’ su santo. Pero en las asambleas de estudiantes
no tienen sentido los partidos. Están todos cara a cara discutiendo un
problema, entonces ahí el consejo, la asamblea, la local, la regional y
de ahí pa’ arriba, reemplaza al partido.
¿Cómo vislumbra la salida al conflicto estudiantil?
Si la crisis se resuelve -por ejemplo- con una negociación donde
Piñera cede un 40%, el movimiento otro 40%, el modelo neoliberal seguirá
intacto. En ese caso los partidos también y este movimiento va a tener
que acomodarse entre los partidos existentes o intentar inventar algún
otro al margen, como ME-O quien lo ha intentado sin éxito. Eso ha
ocurrido, pero el modelo sigue igual, ganó la pelea. Yo diría que el
destino del movimiento estudiantil si va a triunfar en esta crisis, su
destino consiste en aliarse con otros actores sociales para en conjunto
imponer una solución soberana a través de una asamblea constituyente o
algo por el estilo. Y ese proyecto significa que la vigencia de los
partidos se suspende por mucho tiempo, porque el acuerdo de los actores
sociales entre sí, una coordinadora, una asamblea, cualquiera que sea la
organización no requiere de partidos, porque cada movimiento se basa en
asambleas y arriba se unen todos en otra asamblea y ahí pueden hacer
muchas cosas y no requieren partido.
¿La educación podría ser, entonces, la punta de lanza de muchas otras demandas?
Yo creo que si el movimiento estudiantil -que no es sólo uno, son
dos: universitarios y secundarios-, se une con los trabajadores,
profesores, empleados públicos y pobladores, pueden armar un poderoso
movimiento de actores sociales que nadie va a tener ánimo de pararlo,
porque es la mayoría de la población.
Extraido de Revista Bello Público
Extraido de Revista Bello Público
No le compro... Ni creo que el horno esté para esos bollos.
ResponderEliminarQue no le compra estimado?, de que el modelo quedará intacto lo veo mas q factible...
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