por Usach al Día
Hace un par de semanas el libro “Extraños en la noche. Intelectuales y
usos políticos del conocimiento durante la transición chilena” de la
editorial RIL está en librerías. Su creador y complidador, Dr. Marcelo
Mella, tuvo la tarea de reunir, a lo largo de 323 páginas, una serie de
reflexiones de destacados investigadores de las Ciencias Sociales de
nuestro país, quienes profundizaron en el papel de los intelectuales
chilenos desde la dictadura de Pinochet hasta el fin de los gobiernos de
la Concertación. A lo largo de esta entrevista, el académico aprovecha
de desmenuzar la labor de los intelectuales chilenos durante los álgidos
años 80 y cómo hoy conviven con sus propias paradojas.
En una oficina ubicada en el primer piso de la Facultad de Humanidades
de la USACH, el Dr. Marcelo Mella alterna su trabajo de docencia como
Jefe de Carrera de la Licenciatura en Estudios Internacionales del
Departamento de Historia, con su labor de investigación en el campo de
las Ciencias Políticas. Encima de su escritorio se pueden ver varios
ejemplares del libro “Extraños en la noche. Intelectuales y usos
políticos del conocimiento durante la transición chilena” que están a la
espera de ser enviados a los diferentes autores que participaron de
esta publicación que reflexiona sobre el rol de los intelectuales y la
producción de conocimiento en las ciencias sociales desde la década de
los 80 hasta hoy.
¿Cómo surge la idea de trabajar en esta temática que dio vida al libro “Extraños en la noche”?
La Investigación que dio origen a este libro comenzó en 2007 con motivo
de un proyecto de tres años financiado por la Vicerrectoría de
Investigación de la USACH, orientado a estudiar la contribución política
de las ciencias sociales y en particular de los Centros de Estudios
privados durante la década que va desde 1980 a 1990. Este proyecto
indagó específicamente sobre las contribuciones de cuatro Centros de
Estudios, que a mi juicio, fueron expresiones representativas de un
cierto sector de la centro izquierda chilena. Estos eran: Centro de
Estudios para el Desarrollo (CED), vinculado a la Democracia Cristiana;
Centro de Estudios Sociales y Educación Sur; Corporación de Estudios
para Latinoamérica (CIEPLAN); y finalmente, FLACSO Chile.
¿En qué consistió el trabajo de investigación que desarrolló en este proyecto?
Para ejecutar esta investigación, se diseñaron tres estrategias de
análisis. En primer término, se revisó exhaustivamente junto a un equipo
de ayudantes el conjunto de publicaciones periódicas de los Centros de
Estudio referidos, incluyendo los documentos de trabajo que entregan una
imagen de las agendas de investigación, los temas y perspectivas
teóricas en uso. Luego, se realizaron dos rondas de entrevistas a más de
una veintena de cientistas sociales que se desplazaron a estos espacios
en el contexto de la represión del régimen autoritario de Pinochet y de
la intervención de las Universidades. Por lo tanto, los Centros de
Estudios privados eran los espacios institucionales que existían en
Chile para continuar trabajando en el campo de las Ciencias Sociales.
Finalmente, se construyó una base de datos referida a la composición de
los gabinetes durante el período 1990 a 2010 que permitió analizar
también trayectorias de muchos de estos intelectuales en los futuros
espacios estratégicos para la toma de decisiones.
¿Cómo las Ciencias Sociales pudieron contribuir en un contexto de tanta precariedad institucional?
En general se puede sostener que las ciencias sociales y
particularmente, la ciencia política lograron un alto nivel de impacto
en el proceso político desde el ochenta en adelante, influyendo
fuertemente en el diseño del modelo chileno de transición. Llama la
atención, entonces, cómo en un momento histórico en que las condiciones
político-sociales son tan adversas, las Ciencias Sociales logran un rol
protagónico en el debate político o en la lucha política nacional. Pero
esta “performatividad” del conocimiento generado en este período no se
refiere solo a la producción intelectual de centro-izquierda. Sostener
esto implicaría descuidar las fuertes líneas de continuidad ideológica
de la transición chilena. Hay que pensar que también los Centros de
Estudios de derecha, principalmente el Centro de Estudios Públicos
(CEP), tuvieron un importante papel en el proceso de transición,
generando espacios de coexistencia, diálogo y tolerancia entre actores
tradicionalmente antagónicos.
El paso desde el análisis de la producción de los Centros de Estudio
ligados a la oposición reformista a Pinochet al estudio de los usos
políticos del conocimiento durante la transición, perspectiva que
incluye también a la producción intelectual de las derechas y la
izquierda partidaria de la vía insurreccional, constituye el punto de
inflexión y el momento cero de este libro.
¿Entonces en la década de los 80’s los intelectuales en Chile no sólo fueron generadores de conocimiento sino que también participaron del proceso?
Claro, en el proceso de transición chileno pasaron dos cosas: primero,
las ciencias sociales y la ciencia política debilitan sus lazos con las
estructuras partidarias lo que les confiere mayor autonomía y también
mayores grados de eclecticismo conceptual. En segundo lugar, muchos de
los intelectuales que desarrollaron las ciencias sociales en el período y
que fueron protagonistas durante la década de los ochenta poseen
trayectorias completamente “atípicas”. Una buena parte de quienes hacen
ciencia política no poseen una formación de base que los respalde
académicamente y sin embargo su contribución es innegable. Por ejemplo,
uno de los grandes intelectuales del proceso de transición chilena fue
Edgardo Boeninger, a quien entrevisté en este proyecto en un par de
oportunidades, proviene del mundo de la ingeniería. Desde 1990 algunos
de ellos se trasladaron a labores gubernamentales, por una parte, y
otros se profesionalizaron en la academia.
Entonces, lo que tú tienes hoy día básicamente son nuevos cuadros de
cientistas sociales con una formación exclusivamente académica y eso es
bueno en términos de la especialización disciplinar, pero también puede
ser complejo si se trata de pensar más allá de las disciplinas y la
sofisticación metodológica en aquellos temas o problemas que son
socialmente relevantes y que no pueden ser abordados en su extensión
dentro de una disciplina.
¿De ahí que los intelectuales sean llamados por Usted “extraños en la noche”?
La provocación del título del libro tiene que ver con que los
intelectuales en la historia chilena reciente pasan de una “noche” a
otra “noche”, pero siempre están en una situación de cierta inadaptación
o de penumbra. Esta es una idea sacada de Pierre Bourdieu que sostiene
que el intelectual tiene una condición permanente de outsider o
“extranjero” debido a que no es completamente reconocido como sujeto
propio ni por los políticos profesionales ni tampoco por la sociedad
civil. Creo que en ambos sectores estos sujetos producen desconfianzas
comprensibles. De inadaptación porque, el papel del intelectual combina
la necesidad de generar ideas para construir sociedad pero también para
criticar las estructuras sociales vigentes. Partiendo de la base de que
es un rol incómodo, estos intelectuales pasan de la oscuridad de la
dictadura a la penumbra del concertacionismo, que significó que muchos
de ellos se fueran a labores gubernamentales contribuyendo a la falta de
innovación y a una fuerte tendencia al status quo en las ciencias
sociales.
¿Cómo logró, desde el trabajo de compilador, armar este libro?
La invitación a participar de este libro se basaba en la idea de
dialogar, pluralmente, desde distintas perspectivas disciplinares. A mí
me interesaba que fuese un libro colectivo, donde un primer elemento de
convergencia fuera pensar interdisciplinariamente las bases
intelectuales del modelo de transición chilena, sus fundamentos
ideológicos o las bases intelectuales del “modelo chileno”.
Para que este libro cumpliera su propósito me pareció que debía abarcar
la mayor variedad de “posiciones” de producción de conocimiento. En esta
dirección, la secuencia del libro va desde aquella producción
intelectual que posee mayor capacidad performativa, es decir aquellas
ideas que alcanzan mayor incidencia sobre las prácticas, a aquellas
producciones intelectuales menos influyentes en relación al diseño de la
transición. Así, se identifican tres “usos del conocimiento”: los que
ponen las reglas, vale decir las contribuciones fundacionales del modelo
chileno; los ambivalentes, esto es, aquella producción orientada a
abrir el camino de la “transición pactada”; y los contraadaptativos, que
sería aquella producción intelectual que buscó salidas políticas
alternativas y no negociadas frente al autoritarismo.
¿Qué aspectos del contenido o la estructura del libro destacaría usted?
Yo haría la invitación para que leyeran el libro, no quisiera orientar
las preferencias de nadie. Este trabajo está organizado como una suerte
de catálogo, un repertorio muy amplio de las contribuciones
intelectuales de las ciencias sociales para el proceso transicional,
tratando de abarcar la mayor cantidad de actores. Este libro tiene
cuatro apartados. La primera parte, con los artículos de Alfredo
Joignant y Alfonso Dingemans se orienta a la presentación de algunos
elementos para contribuir a un programa de investigación asociado al
tema central que nos convoca. Luego, hay un segundo apartado con los
artículos de Pablo Rubio y de Rolando Álvarez, donde se estudia
principalmente la contribución de los intelectuales de derecha en el
proceso transicional. Dentro de esos dos, Pablo Rubio trabaja la
contribución de Jaime Guzmán y Rolando Álvarez en el pensamiento
empresarial y la importancia que tuvo en el proceso político, un
artículo original y muy interesante. Luego, viene la contribución de los
intelectuales que están más directamente ligados a la formación de la
Concertación. Ahí hay tres artículos, uno de mi autoría, que es un
estudio de los centros de estudios que te acabo de comentar, de los
cuatro más ligados a la Concertación, luego el trabajo de Cristina
Moyano que desarrolla la importancia de los intelectuales MAPU entre
1976 y 1989. Después, un artículo de Bernardo Navarrete sobre los
centros de estudios ligados a la Democracia Cristiana. El último
capítulo estudia el pensamiento de la izquierda extra- concertación, con
dos artículos, uno de Augusto Samaniego sobre el pensamiento comunista y
su demanda al discurso reformista de la Concertación y otro de Mario
Garcés sobre la educación popular durante los años ochenta que permite
entender en clave histórica la actual desincronía entre la política
formal y el mundo social.
¿Cómo desde la USACH se instala un trabajo desde las ciencias
políticas que pueda aportar nuevas reflexiones y una perspectiva
diferente al trabajo realizado, en esta área, con respecto a otras
instituciones?
Se trata de pensar en términos de qué ciencia política o qué ciencias
sociales requiere el país y cuáles son las oportunidades para
desarrollar un proyecto innovador y fundacional particularmente desde la
ciencia política. Me parece que esa propuesta debiera tener a lo menos
tres características. Primero, que genere conocimiento de alto valor
social, o sea, conocimiento que permita responder a los problemas o
demandas sociales. En segundo lugar, que sea capaz de generar un
conocimiento más allá de la definición de las agendas de investigación
que son propias de las disciplinas. Estoy convencido que los grandes
cambios sociales, políticos o institucionales que ha experimentado la
sociedad global y nuestros países obligan a replantearse cuestiones de
fondo en el modo de generar conocimiento. Yo creo que un proyecto como
el que, por ejemplo, estamos llevando adelante con la carrera de
Estudios Internacionales en la Universidad de Santiago está orientado
por el desafío de pensar el trabajo de investigación en directa relación
con los problemas que son social o políticamente relevantes, más que
con las agendas tradicionales de investigación. Y lo tercero, es que me
parece que hay que diseñar caminos de institucionalización y
profesionalización para la Ciencia Política que vayan más allá de la
formación estrictamente académica. La ciencia política, desde el
noventa, en adelante se ha orientado en lo principal a formar profesores
universitarios, pero no existe en mi opinión todavía un esfuerzo
orgánico a favor de la profesionalización o de la institucionalización
disciplinar, aunque si me consta es un tema que aparece cada vez con
mayor fuerza en los Congresos nacionales e internacionales. Tengo la
impresión de que la sociología durante la década del sesenta sí logro
hacer algo de eso en Chile, encontrar varios ámbitos en los cuales el
sociólogo podía tener un campo de desempeño profesional muy activo.
Entonces, creo que esas son las tres condiciones que yo veo para
constituir un proyecto fundacional, un proyecto con potencialidad de
crecimiento y desarrollo de la Ciencia Política en la Universidad de
Santiago de Chile.
Extraido de Usach al Día
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