Por Raul Sohr
Un gobierno que descansaba en las fuerzas armadas fue depuesto por la ciudadanía sin que los militares protegieran a sus generales gobernantes.
La gesta egipcia de tumbar a una dictadura sin violencia es notable. La fortaleza cívica de los manifestantes que paralizaron el país es un ejemplo para todas las latitudes. Hay, sin embargo, un aspecto particular que merece análisis. Ni los manifestantes ni las fuerzas armadas dispararon.
Un gobierno que descansaba en las fuerzas armadas fue depuesto por la ciudadanía sin que los militares protegieran a sus generales gobernantes.
La gesta egipcia de tumbar a una dictadura sin violencia es notable. La fortaleza cívica de los manifestantes que paralizaron el país es un ejemplo para todas las latitudes. Hay, sin embargo, un aspecto particular que merece análisis. Ni los manifestantes ni las fuerzas armadas dispararon.
En los días iniciales la violencia corrió por cuenta de la policía. Y luego un asalto por parte de elementos progubernamentales, entre los que abundaron agentes encubiertos, que dejó más de 300 muertos.
Al constatar que la represión policial no rendía los frutos esperados el Presidente Hosni Mubarak decidió sacar al ejército a las calles. Recurría así a su última línea de defensa. Llamó la atención, desde un primer momento, la presencia de tanques.
Es cierto que los blindados son intimidantes pero son ineficaces frente a masas de civiles. El empleo de tropas contra la población requiere de una preparación psicológica. Es necesaria una narrativa que presente a los que protestan como enemigos de la nación, como agitadores azuzados por fuerzas foráneas, como elementos que actúan contra el bien común. Deben salir de los cuarteles motivados y, al más breve plazo, sellar un pacto de sangre. Ese ha sido el proceder da la mayoría de los golpes de estado en América Latina.
En Egipto los militares fueron recibidos con aplausos y cariño por la población. No les tuvieron miedo y con ello perdieron su valor disuasivo. Ello quedó a la vista desde el momento que no fue respetado el toque de queda. A partir de entonces el tiempo jugaba a favor de los que exigían un cambio de régimen.
Nada corroe más la voluntad de combate de una fuerza que la confraternización con el adversario. Según algunas versiones al quinto día, del movimiento iniciado el 25 de enero, Mubarak ordenó el sobrevuelo de aviones F-16 a baja altura sobre la capital. Era la señal para que las fuerzas terrestres asumieran un rol ofensivo.
Fue el día que muchos generales descubrieron que sus subordinados no estaban dispuestos a abrir fuego contra sus compatriotas.
Hay testimonios de comandantes de unidades blindadas que confiaron a los manifestantes que no acatarían las órdenes. A partir de ese momento la suerte estaba echada. El testimonio visible está en los tanques y vehículos blindados pintarrajeados con eslóganes opositores.
En Egipto un gobierno que descansaba en las fuerzas armadas fue depuesto por la ciudadanía sin que los militares protegieran a sus generales gobernantes.
El honor de las armas egipcias está intacto. El contraste con los que han vuelto los fusiles contra pueblos indefensos es manifiesto. Hay muchas incógnitas sobre el futuro de la nación del Nilo.
Pero ya sortearon la valla más peligrosa y el eje del poder político cambió. El país camina a un nuevo sistema político sin haber sufrido un baño de sangre. Hay pues una auspiciosa base de fraternidad nacional para los 80 millones de egipcios.
Extraido de Nacion.cl
Al constatar que la represión policial no rendía los frutos esperados el Presidente Hosni Mubarak decidió sacar al ejército a las calles. Recurría así a su última línea de defensa. Llamó la atención, desde un primer momento, la presencia de tanques.
Es cierto que los blindados son intimidantes pero son ineficaces frente a masas de civiles. El empleo de tropas contra la población requiere de una preparación psicológica. Es necesaria una narrativa que presente a los que protestan como enemigos de la nación, como agitadores azuzados por fuerzas foráneas, como elementos que actúan contra el bien común. Deben salir de los cuarteles motivados y, al más breve plazo, sellar un pacto de sangre. Ese ha sido el proceder da la mayoría de los golpes de estado en América Latina.
En Egipto los militares fueron recibidos con aplausos y cariño por la población. No les tuvieron miedo y con ello perdieron su valor disuasivo. Ello quedó a la vista desde el momento que no fue respetado el toque de queda. A partir de entonces el tiempo jugaba a favor de los que exigían un cambio de régimen.
Nada corroe más la voluntad de combate de una fuerza que la confraternización con el adversario. Según algunas versiones al quinto día, del movimiento iniciado el 25 de enero, Mubarak ordenó el sobrevuelo de aviones F-16 a baja altura sobre la capital. Era la señal para que las fuerzas terrestres asumieran un rol ofensivo.
Fue el día que muchos generales descubrieron que sus subordinados no estaban dispuestos a abrir fuego contra sus compatriotas.
Hay testimonios de comandantes de unidades blindadas que confiaron a los manifestantes que no acatarían las órdenes. A partir de ese momento la suerte estaba echada. El testimonio visible está en los tanques y vehículos blindados pintarrajeados con eslóganes opositores.
En Egipto un gobierno que descansaba en las fuerzas armadas fue depuesto por la ciudadanía sin que los militares protegieran a sus generales gobernantes.
El honor de las armas egipcias está intacto. El contraste con los que han vuelto los fusiles contra pueblos indefensos es manifiesto. Hay muchas incógnitas sobre el futuro de la nación del Nilo.
Pero ya sortearon la valla más peligrosa y el eje del poder político cambió. El país camina a un nuevo sistema político sin haber sufrido un baño de sangre. Hay pues una auspiciosa base de fraternidad nacional para los 80 millones de egipcios.
Extraido de Nacion.cl
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