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En los últimos 15 años, la canasta exportadora de Chile se ha renovado
en 295 productos. Parece una buena noticia. Hasta que surge otro dato:
que de todos esos productos, solo dos NO SON materias primas o recursos
naturales. Esta es una muestra de lo poco que ha avanzado el país a la
hora de emprender y sorprender al mundo. La conclusión no es tan extraña
si se considera que educación e innovación van de la mano. En esta
columna, Andrés Zahler acusa al actual gobierno de “desmantelar” la
política de clusters propuesta por el Consejo de Innovación y de avanzar
sin pensar en el Chile del futuro.
Recientemente el World Economic Forum sacó
la versión 2011-2012 del índice de competitividad global, situando a
Chile en el lugar 31 de 142 países. Según el informe, el país aparece
localizado en una zona de “transición” desde una economía desarrollada a
través “de la eficiencia”, a otra desarrollada a través “de la
innovación”. A pesar de que este índice no está muy relacionado con
resultados económicos reales, es interesante destacar que desde hace ya
mucho tiempo el país muestra una falta de avance relativo,
principalmente debido dos áreas serias de debilidad que hacen muy
difícil -a mi juicio- el salto para transformar a Chile en una economía
basada en el conocimiento: la calidad de la educación y de la innovación.
Nuestra debilidad en el primer ámbito es notoria (lugar 87, en
calidad del sistema educacional; 123 ¡!, en calidad de educación
primaria y 124, en resultados en matemáticas y ciencia). Sobre este
punto, la calidad de la educación, ya se ha escrito y
discutido mucho y por fin se ha transformado en la principal
preocupación de la población, según la última encuesta CERC. Y todo
apunta a que, finalmente, será objeto de política pública en los
próximos meses, ojalá con avances sustantivos.
Por esta razón, me quiero centrar en el segundo pilar: la innovación.
El informe cita explícitamente nuestra debilidad en esta área: baja
inversión privada en I+D (60); capacidad de innovación (66); calidad de
las instituciones que realizan investigación científica, (55) y
colaboración universidad-industria, (44). Estos resultados están
claramente relacionados con nuestro bajo gasto en Investigación y
Desarrollo (I+D) como porcentaje del PIB (0.5%-0.6%, con una muy baja
participación del sector privado). Y también, con que la productividad
(como medida macroeconómica) lleva estancada ya casi más de una década.
Otro factor que incide en esta debilidad en innovación, es el bajo
porcentaje de firmas que innovan y hacen I+D, cifra que ha ido cayendo
(como lo muestran las últimas encuestas de innovación e I+D del país). Y
esto se expresa también en que, por ejemplo, en los últimos 25 años
Chile ha sido incapaz de diversificar su canasta exportadora, comenzando
a exportar sólo 295 productos nuevos medibles entre 1991 y 2006, de los
cuales sólo 19 han alcanzado más de un millón de dólares; y donde sólo
dos son productos que escapan al ámbito de materias primas o recursos
naturales(1).
Lamentablemente, hoy la política que promueve la innovación es
incluso más débil de lo que era hace algunos años. Lo que más se echa de
menos es una orientación de largo plazo y objetivos medibles. En
particular, habría que destacar la importancia de contar e implementar
una política de desarrollo de largo plazo basada en la innovación. Los
esfuerzos en este sentido venían bien encaminados a través de la
conformación del Consejo Nacional de Innovación y la elaboración del
Libro Blanco de la Innovación y una Política de largo plazo en el tema.
Este Consejo, que tiene una representatividad diversa, tanto en
términos políticos como de conocimiento, busca generar una política de
Estado, de largo plazo, que integre los esfuerzos públicos y privados en
la forma más sinérgica posible. Entre sus propuestas, ha buscando
reestructurar la institucionalidad pública de apoyo a la innovación,
simplificándola y haciéndola más accesible, además de orientar parte de
los escasos recursos disponibles a la innovación para potenciar las
áreas en que Chile abiertamente ha mostrado ventajas competitivas.
Bastaba, de partida, con continuar y profundizar las propuestas y
políticas propuestas por el Consejo bajo el nuevo gobierno. Sin embargo,
el actual gobierno ha ignorado varias de ellas, desmantelando en forma
importante la política de “clusters” propuesta por el Consejo, adoptada
durante la administración anterior, con una visión simplista de
antítesis entre Estado y mercado, entendiendo que sólo el segundo puede
guiar la innovación. El objetivo más general del gobierno, de crecer
sin pensar en hacia dónde ni en cómo, tienden a confirmar esta visión.
Esta preocupación ha sido además planteada en forma pública por el
Consejo a propósito de la discusión presupuestaria este año.
Estas decisiones se han adoptado, no obstante que prácticamente todos
los países que han realizado saltos de desarrollo significativos en los
últimos 60 años, han sabido superar esta visión y han logrado construir
espacios de colaboración público-privada atendiendo las múltiples
fallas de mercado que tiene la innovación, y la escasez de recursos que
hace imposible el desarrollo de nuevos sectores competitivos con
políticas 100 por ciento horizontales, que no orienten el gasto hacia
objetivos estratégicos de largo plazo.
En todos estos países, nómbreme el que quiera -Corea, Singapur,
Malasia, Irlanda, Nueva Zelandia, Finlandia, Australia, Israel, China-,
el Estado ha jugado un rol, por un lado colaborador del sector privado,
participando activamente en el proceso innovador, incluso como
co-propietario; y por otro, con una política estratégica de largo plazo
para orientar los esfuerzos de innovación.
Para lograr orientar nuestra economía hacia la innovación no basta
con promover el emprendimiento y simplificar trámites (que sin duda son
políticas necesarias, pero no suficientes), sino que de partida pasa por
hacernos cargo de esta debilidad y, con una visión de Estado,
fortalecer y seguir la políticas propuesta por el Consejo de Innovación,
implementando una política de largo plazo de desarrollo. Se requiere
además, fortalecer las instituciones que permitieron traer y testear
nuevos productos cuando el sector privado no lo hacía, como Fundación
Chile. Y entender que el Estado es un socio fundamental del sector
privado en esta dinámica y riesgosa dimensión del desarrollo.
Notas:
1) Esta información tiene como fuente la investigación y los datos usados en “New Exports from Emerging Markets: Do Followers Learn from Pioneers?”, de Rodrigo Wagner y Andrés Zahler.Extraido de Ciper Chile
Título Original: Chile crece sin pensarse
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