11 de septiembre de 2011

Dr. Marcelo Mella: "Los intelectuales chilenos pasaron de la oscuridad de la dictadura a la penunbra del concertacionismo"

por Usach al Día

Hace un par de semanas el libro “Extraños en la noche. Intelectuales y usos políticos del conocimiento durante la transición chilena” de la editorial RIL está en librerías. Su creador y complidador, Dr. Marcelo Mella, tuvo la tarea de reunir, a lo largo de 323 páginas,  una serie de reflexiones de destacados investigadores de las Ciencias Sociales de nuestro país, quienes profundizaron en el papel de los intelectuales chilenos desde la dictadura de Pinochet hasta el fin de los gobiernos de la Concertación. A lo largo de esta entrevista, el académico aprovecha de desmenuzar la labor de los intelectuales chilenos durante los álgidos años 80 y cómo hoy conviven con sus propias paradojas.

En una oficina ubicada en el primer piso de la Facultad de Humanidades de la USACH, el Dr. Marcelo Mella alterna su trabajo de docencia como Jefe de Carrera de la Licenciatura en Estudios Internacionales del Departamento de Historia, con su labor de investigación en el campo de las Ciencias Políticas. Encima de su escritorio se pueden ver varios ejemplares del libro “Extraños en la noche. Intelectuales y usos políticos del conocimiento durante la transición chilena” que están a la espera de ser enviados a los diferentes autores que participaron de esta publicación que reflexiona sobre el rol de los intelectuales y la producción de conocimiento en las ciencias sociales desde la década de los 80 hasta hoy.

¿Cómo surge la idea de trabajar  en esta temática que dio vida al libro “Extraños en la noche”?

La Investigación que dio origen a este libro comenzó en 2007 con motivo de un proyecto de tres años financiado por la Vicerrectoría de Investigación de la USACH, orientado a estudiar la contribución política de las ciencias sociales y en particular de los Centros de Estudios privados durante la década que va desde 1980 a 1990. Este proyecto indagó específicamente sobre las contribuciones  de cuatro Centros de Estudios, que a mi juicio, fueron expresiones representativas de un cierto sector de la centro izquierda chilena. Estos eran: Centro de Estudios para el Desarrollo (CED), vinculado a la Democracia Cristiana;  Centro de Estudios Sociales y Educación Sur; Corporación de Estudios para Latinoamérica (CIEPLAN); y finalmente, FLACSO Chile.

¿En qué consistió el trabajo de investigación que desarrolló en este proyecto?

Para ejecutar esta investigación, se diseñaron tres estrategias de análisis. En primer término, se revisó exhaustivamente junto a un equipo de ayudantes el conjunto de publicaciones periódicas de los Centros de Estudio referidos, incluyendo los documentos de trabajo que entregan una imagen de las agendas de investigación, los temas y perspectivas teóricas en uso. Luego, se realizaron dos rondas de entrevistas a más de una veintena de cientistas sociales que se desplazaron a estos espacios en el contexto de la represión del régimen autoritario de Pinochet y de la intervención de las Universidades. Por lo tanto, los Centros de Estudios privados eran los espacios institucionales que existían en Chile para continuar trabajando en el campo de las Ciencias Sociales. Finalmente, se construyó una base de datos referida a la composición de los gabinetes durante el período 1990 a 2010 que permitió analizar también trayectorias de muchos de estos intelectuales en los futuros espacios estratégicos para la toma de decisiones.

¿Cómo las Ciencias Sociales pudieron contribuir en un contexto de tanta precariedad institucional?

En general se puede sostener que las ciencias sociales y particularmente, la ciencia política lograron un alto nivel de impacto en el proceso político desde el ochenta en adelante, influyendo fuertemente en el diseño del modelo chileno de transición. Llama la atención, entonces, cómo en un momento histórico en que las condiciones político-sociales son tan adversas, las Ciencias Sociales logran un rol protagónico en el debate político o en la lucha política nacional. Pero esta “performatividad” del conocimiento generado en este período no se refiere solo a la producción intelectual de centro-izquierda. Sostener esto implicaría descuidar las fuertes líneas de continuidad ideológica de la transición chilena. Hay que pensar que también los Centros de Estudios de derecha, principalmente el Centro de Estudios Públicos (CEP), tuvieron un importante papel en el proceso de transición, generando espacios de coexistencia, diálogo y tolerancia entre actores tradicionalmente antagónicos.

El paso desde el análisis de la producción de los Centros de Estudio ligados a la oposición reformista a Pinochet al estudio de los usos políticos del conocimiento durante la transición, perspectiva que incluye también a la producción intelectual de las derechas y la izquierda partidaria de la vía insurreccional, constituye el punto de inflexión y el momento cero de este libro. 

¿Entonces en la década de los 80’s los intelectuales en Chile no sólo fueron generadores de conocimiento sino que también participaron del proceso?

Claro, en el proceso de transición chileno pasaron dos cosas: primero, las ciencias sociales y la ciencia política debilitan sus lazos con las estructuras partidarias lo que les confiere mayor autonomía y también mayores grados de eclecticismo conceptual.  En segundo lugar, muchos de los intelectuales que desarrollaron las ciencias sociales en el período y que fueron protagonistas durante la década de los ochenta poseen trayectorias completamente “atípicas”. Una buena parte de quienes hacen ciencia política no poseen una formación de base que los respalde académicamente y sin embargo su contribución es innegable. Por ejemplo, uno de los grandes intelectuales del proceso de transición chilena fue Edgardo Boeninger, a quien entrevisté en este proyecto en un par de oportunidades, proviene del mundo de la ingeniería.  Desde 1990 algunos de ellos se trasladaron a labores gubernamentales, por una parte, y otros se profesionalizaron en la academia.

Entonces, lo que tú tienes hoy día básicamente son nuevos cuadros de cientistas sociales con una formación exclusivamente académica y eso es bueno en términos de la especialización disciplinar, pero también puede ser complejo si se trata de pensar más allá de las disciplinas y la sofisticación metodológica en aquellos temas o problemas que son socialmente relevantes y que no pueden ser abordados en su extensión dentro de una disciplina.

¿De ahí que los intelectuales sean llamados por Usted “extraños en la noche”?

La provocación del título del libro tiene que ver con que los intelectuales en la historia chilena reciente pasan de una “noche” a otra “noche”, pero siempre están en una situación de cierta inadaptación o de penumbra. Esta es una idea sacada de Pierre Bourdieu que sostiene que el intelectual tiene una condición permanente de outsider o “extranjero” debido a que no es completamente reconocido como sujeto propio ni por los políticos profesionales ni tampoco por la sociedad civil. Creo que en ambos sectores estos sujetos producen desconfianzas comprensibles. De inadaptación porque, el papel del intelectual combina la necesidad de generar ideas para construir sociedad pero también para criticar las estructuras sociales vigentes. Partiendo de la base de que es un rol incómodo, estos intelectuales pasan de la oscuridad de la dictadura a la penumbra del concertacionismo, que significó que muchos de ellos se fueran a labores gubernamentales contribuyendo a la falta de innovación y a una fuerte tendencia al status quo en las ciencias sociales.

¿Cómo logró, desde el trabajo de compilador, armar este libro?

La invitación a participar de este libro se basaba en la idea de dialogar, pluralmente, desde distintas perspectivas disciplinares. A mí me interesaba que fuese un libro colectivo, donde un primer elemento de convergencia fuera pensar interdisciplinariamente las bases intelectuales del modelo de transición chilena, sus fundamentos ideológicos o las bases intelectuales del “modelo chileno”.

Para que este libro cumpliera su propósito me pareció que debía abarcar la mayor variedad de “posiciones” de producción de conocimiento. En esta dirección, la secuencia del libro va desde aquella producción intelectual que posee mayor capacidad performativa, es decir aquellas ideas que alcanzan mayor incidencia sobre las prácticas, a aquellas producciones intelectuales menos influyentes en relación al diseño de la transición. Así, se identifican tres “usos del conocimiento”: los que ponen las reglas, vale decir las contribuciones fundacionales del modelo chileno; los ambivalentes, esto es, aquella producción orientada a abrir el camino de la “transición pactada”; y los contraadaptativos, que sería aquella producción intelectual que buscó salidas políticas alternativas y no negociadas frente al autoritarismo.

¿Qué aspectos del contenido o la estructura del libro destacaría usted?
Yo haría la invitación para que leyeran el libro, no quisiera orientar las preferencias de nadie. Este trabajo está organizado como una suerte de catálogo, un repertorio muy amplio de las contribuciones intelectuales de las ciencias sociales para el proceso transicional, tratando de abarcar la mayor cantidad de actores. Este libro tiene cuatro apartados. La primera parte, con los artículos de Alfredo Joignant y Alfonso Dingemans se orienta a la presentación de algunos elementos para contribuir a un programa de investigación asociado al tema central que nos convoca. Luego, hay un segundo apartado con los artículos de Pablo Rubio y de Rolando Álvarez, donde se estudia principalmente la contribución de los intelectuales de derecha en el proceso transicional. Dentro de esos dos, Pablo Rubio trabaja la contribución de Jaime Guzmán y Rolando Álvarez en el pensamiento empresarial y la importancia que tuvo en el proceso político, un artículo original y muy interesante. Luego, viene la contribución de los intelectuales que están más directamente ligados a la formación de la Concertación. Ahí hay tres artículos, uno de mi autoría, que es un estudio de los centros de estudios que te acabo de comentar, de los cuatro más ligados a la Concertación, luego el trabajo de Cristina Moyano que desarrolla la importancia de los intelectuales MAPU entre 1976 y 1989. Después, un artículo de Bernardo Navarrete sobre los centros de estudios ligados a la Democracia Cristiana. El último capítulo estudia el pensamiento de la izquierda extra- concertación, con dos artículos, uno de Augusto Samaniego sobre el pensamiento comunista y su demanda al discurso reformista de la Concertación  y otro de Mario Garcés sobre la educación popular durante los años ochenta que permite entender en clave histórica la actual desincronía entre la política formal y el mundo social.

¿Cómo desde la USACH se instala un trabajo desde las ciencias políticas que pueda aportar nuevas reflexiones y una perspectiva diferente al trabajo realizado, en esta área, con respecto a otras instituciones?

Se trata de pensar en términos de qué ciencia política o qué ciencias sociales requiere el país y cuáles son las oportunidades para desarrollar un proyecto innovador y fundacional particularmente desde la ciencia política. Me parece que esa propuesta debiera tener a lo menos tres características. Primero, que genere conocimiento de alto valor social, o sea, conocimiento que permita responder a los problemas o demandas sociales. En segundo lugar, que sea capaz de generar un conocimiento más allá de la definición de las agendas de investigación que son propias de las disciplinas. Estoy convencido que los grandes cambios sociales, políticos o institucionales que ha experimentado la sociedad global y nuestros países obligan a replantearse cuestiones de fondo en el modo de generar conocimiento. Yo creo que un proyecto como el que, por ejemplo, estamos llevando adelante con la carrera de Estudios Internacionales en la Universidad de Santiago está orientado por el desafío de pensar el trabajo de investigación en directa relación con los problemas que son social o políticamente relevantes,  más que con las agendas tradicionales de investigación. Y lo tercero, es que me parece que hay que diseñar caminos de institucionalización y profesionalización para la Ciencia Política que vayan más allá de la formación estrictamente académica. La ciencia política, desde el noventa, en adelante se ha orientado en lo principal a formar profesores universitarios, pero no existe en mi opinión todavía un esfuerzo orgánico a favor de la profesionalización o de la institucionalización disciplinar, aunque si me consta es un tema que aparece cada vez con mayor fuerza en los Congresos nacionales e internacionales. Tengo la impresión de que la sociología durante la década del sesenta sí logro hacer algo de eso en Chile, encontrar varios ámbitos en los cuales el sociólogo podía tener un campo de desempeño profesional muy activo. Entonces, creo que esas son  las tres condiciones que yo veo para constituir un proyecto fundacional, un proyecto con potencialidad de crecimiento y desarrollo de la Ciencia Política en la Universidad de Santiago de Chile.

Extraido de Usach al Día

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