por Francisco Fantini J. (*)
Basta mencionar la palabra “Patagonia” para que la conciencia despierte la fantasía de un mundo inexplorado y puro. Durante estas últimas semanas, en que las masas se han sacudido del letargo consumista, hemos advertido cómo los chilenos se han apoderado de esta denominación histórica. En todo el país la Patagonia ha sido aclamada por multitudes y ya representa los ideales de varias generaciones que jamás han sido escuchadas.
Pero sabemos realmente lo que representa la Patagonia en la historia de Chile?
Desde que los españoles trazaron sus mapas en el Nuevo Mundo, los territorios patagónicos se ubican al sur de una línea imaginaria que cubre el cono sur del continente americano siguiendo el curso del Río Negro en Argentina y el Río Calle Calle en Chile. En nuestro país estas extensiones son equivalentes a un tercio del territorio.
A nivel mundial la Patagonia es un destino conocido y posicionado tanto como Amazonas, Sahara o Himalaya. Asimismo estos territorios australes encarnan la idea del “Fin del Mundo”, concepto que genera fascinación planetaria por representar una alternativa de vida al ciudadano moderno y esencialmente urbano.
Pese a estos atributos Chile ha renegado de la Patagonia propiciando abusos contra sus pueblos originarios y el entorno natural. A comienzos del siglo XX los chilenos perpetraron la extinción de los pueblos yamana, selknam, aonikenk y kawésqar. Luego la codicia de los oligarcas motivó el incendio de miles de hectáreas de bosque nativo provocando pérdidas irreparables. En tanto los dominios marinos han sido devastados por años de pesca de arrastre y la proliferación de cultivos de salmones sin ninguna exigencia medioambiental.
En los tiempos de la dictadura, con el famoso trazado de la carretera austral, los apóstoles de Pinochet se adueñaron de inmensas porciones de tierra que hasta entonces estaban deshabitadas. Con la venta de estas propiedades fiscales, los militares en retiro enriquecieron su pensión y elevaron su estatus social. De este modo los territorios patagónicos quedaron en pocas manos, con escasa conectividad y fuera de la conciencia colectiva nacional.
Hasta la fecha poco les ha importado a las autoridades chilenas que la Patagonia conecte dos océanos, sea la plataforma a los dominios antárticos, posea tierras jamás fertilizadas ni contaminadas, ostente la reserva de agua más importante del planeta, tenga amplia gama de recursos alimenticios, esté posicionada como destino turístico de clase mundial y ofrezca inmensas posibilidades de desarrollo sustentable.
Mientras los chilenos se esmeran en la destrucción de su patrimonio natural, en las escuelas públicas argentinas se enseñan las particularidades de su Patagonia. El Estado trasandino fomenta el acceso a libros que estimulan el conocimiento de la geografía, la historia, la biología y la gastronomía patagónica. De este modo los argentinos saben lo que tienen y se han posicionado como un país patagónico acaparando millones de turistas al año. Esta política comprometida con el conocimiento, el cuidado y la soberanía también les ha permitido adueñarse de gran parte de la Patagonia chilena sin que vuele una bala.
En tanto las autoridades chilenas se han limitado a organizar el país a partir de las divisiones políticas administrativas heredadas de la dictadura abusando del centralismo, depreciando el territorio y oscureciendo el horizonte del conocimiento. Aún no ha habido un pronunciamiento oficial sobre la Patagonia chilena, sus límites y su historia. Tampoco la Patagonia chilena ha figurado entre los bienes nacionales ni se ha trazado una estrategia para su posicionamiento mundial. Menos se ha garantizado su cuidado ni tampoco se ha estimulado su desarrollo sustentable.
En su discurso del 21 de mayo, el Presidente chileno evitó utilizar la palabra “Patagonia” porque le teme a la potencia que encierra esta denominación histórica que ha llenado las calles de manifestantes. Cuando se refirió a las cuestionadas megacentrales hidroeléctricas se limitó a decir que era un proyecto en una región del sur de Chile, eludiendo la discusión por el tremendo negocio que destruirá la Patagonia por siempre.
Este oscurantismo de las autoridades ha mantenido a la población ignorante de sus recursos. De esta forma el Estado chileno ha cometido todo tipo de abusos contra el medioambiente, la propiedad pública, la conectividad y el conocimiento.
La única solución que se vislumbra es la Patagonia sin Chile. Bastante han sido los daños ocasionados y que quiere seguir ocasionando nuestra bandera tricolor. Mientras sean los mismos los que deciden por todos, más vale una Patagonia sin Chile y así preservar los recursos que le pertenecen a toda la humanidad.
(*): Licenciado en Comunicación Social y Periodista UC, franciscofantini@gmail.com
Desde que los españoles trazaron sus mapas en el Nuevo Mundo, los territorios patagónicos se ubican al sur de una línea imaginaria que cubre el cono sur del continente americano siguiendo el curso del Río Negro en Argentina y el Río Calle Calle en Chile. En nuestro país estas extensiones son equivalentes a un tercio del territorio.
A nivel mundial la Patagonia es un destino conocido y posicionado tanto como Amazonas, Sahara o Himalaya. Asimismo estos territorios australes encarnan la idea del “Fin del Mundo”, concepto que genera fascinación planetaria por representar una alternativa de vida al ciudadano moderno y esencialmente urbano.
Pese a estos atributos Chile ha renegado de la Patagonia propiciando abusos contra sus pueblos originarios y el entorno natural. A comienzos del siglo XX los chilenos perpetraron la extinción de los pueblos yamana, selknam, aonikenk y kawésqar. Luego la codicia de los oligarcas motivó el incendio de miles de hectáreas de bosque nativo provocando pérdidas irreparables. En tanto los dominios marinos han sido devastados por años de pesca de arrastre y la proliferación de cultivos de salmones sin ninguna exigencia medioambiental.
En los tiempos de la dictadura, con el famoso trazado de la carretera austral, los apóstoles de Pinochet se adueñaron de inmensas porciones de tierra que hasta entonces estaban deshabitadas. Con la venta de estas propiedades fiscales, los militares en retiro enriquecieron su pensión y elevaron su estatus social. De este modo los territorios patagónicos quedaron en pocas manos, con escasa conectividad y fuera de la conciencia colectiva nacional.
Hasta la fecha poco les ha importado a las autoridades chilenas que la Patagonia conecte dos océanos, sea la plataforma a los dominios antárticos, posea tierras jamás fertilizadas ni contaminadas, ostente la reserva de agua más importante del planeta, tenga amplia gama de recursos alimenticios, esté posicionada como destino turístico de clase mundial y ofrezca inmensas posibilidades de desarrollo sustentable.
Mientras los chilenos se esmeran en la destrucción de su patrimonio natural, en las escuelas públicas argentinas se enseñan las particularidades de su Patagonia. El Estado trasandino fomenta el acceso a libros que estimulan el conocimiento de la geografía, la historia, la biología y la gastronomía patagónica. De este modo los argentinos saben lo que tienen y se han posicionado como un país patagónico acaparando millones de turistas al año. Esta política comprometida con el conocimiento, el cuidado y la soberanía también les ha permitido adueñarse de gran parte de la Patagonia chilena sin que vuele una bala.
En tanto las autoridades chilenas se han limitado a organizar el país a partir de las divisiones políticas administrativas heredadas de la dictadura abusando del centralismo, depreciando el territorio y oscureciendo el horizonte del conocimiento. Aún no ha habido un pronunciamiento oficial sobre la Patagonia chilena, sus límites y su historia. Tampoco la Patagonia chilena ha figurado entre los bienes nacionales ni se ha trazado una estrategia para su posicionamiento mundial. Menos se ha garantizado su cuidado ni tampoco se ha estimulado su desarrollo sustentable.
En su discurso del 21 de mayo, el Presidente chileno evitó utilizar la palabra “Patagonia” porque le teme a la potencia que encierra esta denominación histórica que ha llenado las calles de manifestantes. Cuando se refirió a las cuestionadas megacentrales hidroeléctricas se limitó a decir que era un proyecto en una región del sur de Chile, eludiendo la discusión por el tremendo negocio que destruirá la Patagonia por siempre.
Este oscurantismo de las autoridades ha mantenido a la población ignorante de sus recursos. De esta forma el Estado chileno ha cometido todo tipo de abusos contra el medioambiente, la propiedad pública, la conectividad y el conocimiento.
La única solución que se vislumbra es la Patagonia sin Chile. Bastante han sido los daños ocasionados y que quiere seguir ocasionando nuestra bandera tricolor. Mientras sean los mismos los que deciden por todos, más vale una Patagonia sin Chile y así preservar los recursos que le pertenecen a toda la humanidad.
(*): Licenciado en Comunicación Social y Periodista UC, franciscofantini@gmail.com
Aportado por Ginnia Silva Amaya @ginniasa
PATAGONIA UNIDA” LLAMA DESDE AYSEN, A UNA MARCHA MUNDIAL PARA EL DIA 2 DE JULIO EN CONTRA DE LA EMPRESA HIDROAYSEN.
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